23 agosto, 2008

Comer es un placer

Articulo de opinión aparecido en la sección "Tribuna Abierta" de el "Diario Noticias de Alava" el 22-8-08 cuyo autor es Gabriel Mº Otalora

¿Qué actividad humana placentera y además es necesaria para seguir viviendo? Alimentarse.
Estupenda obligación natural revestida del placer que resulta aplacar el apetito de los que comemos todos los días, claro ¡Y encima, tres veces al día no es pecado!
Desde que nuestra especie pasó de comer frutos y raíces silvestres a manipular los alimentos, se puede hablar de comida como actividad específica: primero cazar y pescar, luego la preparación de los alimentos y el reunirse en grupo para comer juntos , saboreando la comida mientras se comparte el fruto del trabajo y los esfuerzos realizados. Todo está relacionado: la lucha por la supervivencia y la celebración festiva de lo conseguido con arreglo a los ritos culturales encargados de resaltar la importancia de reunirse en torno al sustento.
Comer es mucho más que un gesto por mantener la vida. El antropólogo Lévi-Strauss es de la opinión de que el alma de toda cultura se encuentra en el comer. De hecho, es la actividad que permite conocer la naturaleza de una sociedad, gracias a que la dimensión gastronómica resultante es amplísima, al abarcar lo étnico, lo religioso y lo familiar, tal es la fuerza evocadora que tiene para proporcionar vivencias íntimas.
Con todo, el placer de alimentarse lleva aparejado una vena de poder y una preocupación ancestral por la influencia de la comida en la salud. Un poder que nuestros antepasados buscaron en las cacerías, obsesionados por beber la sangre o comerse el corazón de sus presas con la esperanza de adquirir su fuerza o su astucia desde la firme creencia en las propiedades mágicas de ciertos alimentos. Además, siempre se ha utilizado el agasajo en la mesa como signo de poder, desde el momento que son pocos los han podido hacerlo, sobre todo en épocas de carestía.
En cuanto al nexo entre alimentación y salud, ya el Talmud advierte que la glotonería ha causado más muertes que el hambre, y la medicina griega de hace 2.000 años recogía relevantes recomendaciones dietéticas de la mano de Hipócrates. Teorías suyas como la importancia del papel de los alimentos en la influencia del temperamento han prevalecido en el pensamiento médico durante siglos.
Volviendo a la sensación placentera de comer, sus efectos trascienden lo gastronómico: es una experiencia tal, que hace brotar a su alrededor alegría, declaraciones de amor, refuerza amistades o hace negocios. Parece increíble, pues, la existencia de entes que pueden vivir a costa de despreciar los valores más sublimes de la ingesta. Entes sin paladar, multinacionales que promueven la cultura del comer sin fundamento.
Pero nos queda el recuerdo de J. B. Brillat Savarin, impulsor del concepto restaurant en tiempos donde sólo se jamaba de lo lindo dentro de algunas casas. Él es el mejor contrapunto al flagelo del fast food por su maestría en elevar el disfrute del buen comer a niveles insuperables: "En lo moral, es una resignación implícita a las órdenes del Creador que, habiéndonos ordenado comer para vivir, nos invita a hacerlo mediante el apetito, nos sostiene mediante el sabor y nos recompensa mediante el placer". Excelso.
La mayoría de nosotros, vascos opulentos y privilegiados del primer mundo, estamos con el gastrónomo francés que se horrorizaría con el avance planetario de la comida basura. Aquí es tan normal comer bien, que nos desencajamos de pena si no podemos disfrutar de una buena tripada por un simple catarro capaz de anular el gusto y el olfato (Brillat Savarin mantuvo que ambos son un único sentido).
Aunque, pensándolo bien, quizá podríamos estirar un poco más este maravilloso goce salido de la necesidad de alimentarse… ¿Por qué no situar al descomer como una ampliación natural del regalo placentero de la comida? Estaríamos hablando de dos placeres por el precio de uno. Eso sí, por tiempos.