24 enero, 2015

El agua fría que calienta, Agua de Bilbao

La historia del "Agua de Bilbao" nos la relatan al unísono K. Toño Frade, bilbainísimo lleno de recuerdos de la Villa, y Castor Artajo, célebre hostelero bilbaino dueño de los bares "Artajo" y "La Goleta", y se remonta a las postrimerías de la primera guerra mundial.
En el "botxo", los "tximbos" tenían tanto trabajo y dinero que no sabían qué hacer con este último que les entraba a raudales.
Compraban de todo, cuadros para admirar quizá los marcos, pianos sin saberlos tocar, los mejores coches de la época y como cabe suponer, comida y bebida en abundancia, lo mejor de lo mejor.
En este ambiente de euforia y dinero, jugaba el Athletic del "botxo", en Donosti contra la Real, y la victoria de los del "botxo" fue rotunda. Un grupo de bilbainos cenaron en "Nicolasa" y el célebre Castor Artajo, recogió la leyenda y lo que sucedió allí: Sería el año dieciocho, fin de la guerra mundial cuando el Athletic del "botxo" jugaba contra la Real. Con Ibarretxe en la puerta, la victoria fue total y la celebraron en "Nicolasa". La cena fue una auténtica bacanal. Tras los postres y el café y estando ya bien servidos, pidieron sin mala fe: ¡ A ver, Agua de Bilbao!.
El camarero y el "maitre" buscaron y volvieron de mal "caletre", sólo había en la bodega agua de Solares y de Lanjarón.
Como no les entendían, quedó el asunto "aclarao" ya que en el "botxo" se bebían el champán como si fuera agua y lo hacían llamar "Agua de Bilbao".
Cuando pidieron la cuenta y vieron que no les cobraban el champán, les dijo "Nicolasa" que en su casa y en San Sebastián, el agua no la cobraban a los de otra capital.
Artajo tuvo la feliz ocurrencia de "industrializar" el "Agua de Bilbao", haciendo llegar el champán, que era bebida de las clases adineradas, a todos los bilbainos que visitaron su establecimiento.

Recopilado de Cocina Vasca por Jesús Llona Larrauri y Garbiñe Abásolo en "Alegorías de cosas típicas".

23 enero, 2015

Los dos rodaballos

(Leído en mis archivos)

Talleyrand, según he sabido, era tan buen diplomático como gastrónomo y hombre de ingenio.
Cierta vez, Chevet, proveedor del Palacio Real, le regaló dos gigantescos rodaballos como no se habían visto jamás en París.
Talleyrand reunió a su personal de cocina. Al día siguiente daba una cena de doce invitados, personas todas muy capaces de apreciar la exquisita carne de este pescado, al igual que el tamaño poco común de aquellas dos piezas. 
¿Qué hacer? Si servia los dos rodaballos, temía que su gesto se interpretase como un vulgar alarde de nuevo rico. Sin embargo, los dos ejemplares halagaban tanto la vanidad de Talleyrand que no se resignaba a desaprovechar la circunstancia. Y cavilando, tuvo una ocurrencia digna de su proverbial maquiavelismo, que le hizo sonreír tras su chorrera de encajes.
Llegada la famosa cena, después de la sopa, el maitre abrió de par en par las puertas dando paso a dos lacayos que llevaban, sobre una enorme fuente de plata, el mas prodigioso rodaballo que jamás ojos humanos vieron. Al punto surgieron las exclamaciones de admiración y todos los comensales se deshacian en cumplidos, cuando, de pronto, se produjo un silencio de asombro, solo cortado por un grito de desilusión y sorpresa. Uno de los lacayos había resbalado sobre el piso encerado y el rodaballo rodó por el suelo. Las miradas de todos se volvieron hacia el anfitrión. Talleyrand, impasible, ordenó entonces:
¡Que traigan el otro!
A lo cual, otros dos criados entraron, en medio de la general admiración, con el segundo rodaballo.
Recopilado de Tu Cocina por Savarin