La historia de las hierbas aromáticas comienza en el paraíso
terrenal, enmarcado por los ríos Eufrates y Tigris, allí donde existió el
jardín del Edén (en hebreo, «jardín delicioso»). Los hombres intentaron
instalarse allí y cultivar sus alimentos unos once mil años antes de Nuestra
Era. El clima era inseguro y nada conseguía salvar las cosechas, ni las lluvias
ocasionales ni el regadío artificial desde el río; ni los muros, construidos
para proteger los cultivos del viento y evitar que los huertos se secasen. Las
rogativas a los dioses, implorando
protección, fueron grabadas en tablillas de arcilla mientras que en los sellos
cilíndricos se hablaba de las fragancias de las hierbas, que tanto agradaban a
los dioses. Ello corrobora la gran importancia que en aquel entonces se concedía a las hortalizas, a las verduras y a las hierbas aromáticas. Se
iban anotando todos los conocimientos y llegaron incluso a extenderse a los países vecinos.
Las hierbas aromáticas y las especias eran tan apreciadas en Babilonia que en tiempos de HAMMURABI, los persas se vanagloriaban de poseer edificios
especiales para almacenarlas. En ellos albergaban unas reservas tan abundantes
que «incluso igualaban al Tigris cuando sus aguas subían de
nivel.
Se sabe de qué hierbas se trataba porque existe una lista de las hierbas que crecían en los jardines de MERODACHBALADAN, en Asiria: ajos, cebollas, puerros, eneldo, cardamomo, azafrán, tomillo y comino.
A dichas hierbas se les sumó la salvia, descubierta por
ALEJANDRO MAGNO en el curso de sus conquistas
en la India y que trajo a la región mediterránea. Fueron transcurriendo los
siglos y cada vez eran más las hierbas aromáticas disponibles y también mayores
los conocimientos que de ellas se poseían. Las caravanas de Oriente trajeron
estas hierbas a Occidente, y por las rutas comerciales llegaron también hasta Egipto,
donde el ajo fue algo tan apreciado, y tan
estimadas la menta piperita y el apio, que una vez desecados se depositaban como
ofrenda a los faraones fallecidos. Y la historia siguió su camino hasta llegar
a Fenicia, a la Hélade. Este fue el momento del laurel, la planta de Dioniso y
de Apolo. A los vencedores se les entregaban coronas de laurel, la mejor carne
era asada sobre las brasas de ramas de laurel y cuando un joven iba a visitar a su amada para oler como un dios,
mordisqueaba una hoja de laurel.
EL
ORDEN DEL BUEN SABOR
Los textos más eruditos fueron incorporando paulatinamente nombres ilustres como el de HIPOCRATES, que
fundó en el siglo V a.C. una escuela de medicina en la isla de Cos, desarrollando
la doctrina de los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra)
del cuerpo humano y sus cualidades.
Esta escuela ha sido la base de la medicina
occidental, y aún cuando hayamos dejado de creer en la armonía de los cuatro
elementos -frío, calor, sequedad y humedad- de los «humores» de nuestro
cuerpo, seguimos empleando las hierbas aromáticas y medicinales de la misma
manera en que proclamaba esta doctrina.
Un siglo más tarde, TEOFRASTO, el
«padre de la antigua botánica», informaba de los cultivos de hierbas
aromáticas en Grecia y Asia Menor. Al
comenzar nuestra era ya existían varias obras que describían más de 600 hierbas
aromáticas. DIOSCORIDES, aconsejaba para sembrarlas, cosecharlas, almacenarlas
y limpiarlas.
LAS
HIERBAS AROMÁTICAS EN
EL INICIO DE LA GASTRONOMÍA
Para los romanos, esta cocina de finas hierbas contribuyó a que alcanzasen el máximo sibaritismo
gastronómico. Con una obra de MARCO APICIO que fue considerada el primer libro
de cocina, llegó a las cocinas un cierto orden; y con él, y los demás
escritores que plasmaron en recetas culinarias la refinada riqueza, disipación,
libertinaje y ostentación de los césares y soberanos del mundo antiguo comenzó
el viaje de las hierbas aromáticas -contemplado desde Roma- hacia el bárbaro
Septentrión.
Fueron los romanos quienes llevaron a toda Europa las palabras
que significaban cocina, bodega, sartén, libra, cereza y mostaza.
En la impedimenta
de sus ejércitos viajaban las ánforas de aceite de oliva, aceitunas
conservadas. También transportaban una salsa (Garum) de intenso sabor compuesta de
pescado, sal y hierbas aromáticas, con la que condimentaban los pescados de
agua dulce. Tenían la costumbre de desmenuzar y moler las hierbas muy finas en
un mortero para conservarlas luego con sal y bien apisonadas en vasijas de
barro, tal y como aún lo hicieron también las mujeres hasta épocas recientes.
SOBRE
CÓMO LLEGARON LAS HIERBAS A LOS MONASTERIOS
Pero el Imperio Romano empezó a declinar hasta su
desaparición cuando los godos saquearon Roma y la migración arrasó las antiguas
fronteras. El legado cultural de la antiguedad clásica se habría perdido de no
haber sido por SAN BENITO, fundador de un monasterio benedictino en lo alto del
Monte Casino en el año 529. Los monjes se dedicaron a escribir y copiar todo lo que llegaba a sus
manos: Ovidio y Horacio o los doce libros de JUNIO MODERATO COLUMELA, de Cádiz,
quien había vivido muchos años en Siria y había recogido todos los
conocimientos que se tenían en materia de agricultura.
Así, los benedictinos se convirtieron en los herederos y conservadores
de la antigüedad clásica y, al mismo tiempo, en los maestros de la nueva
Europa medieval. Fundaron monasterios por toda Europa y establecieron sobre
todo contacto con los francos.
CARLOMAGNO supo aprovecharse de los conocimientos de los benedictinos y su Disposición sobre las fincas rústicas fue el resultado de su mutua colaboración. Carlomagno,
que pretendía mantener unido en todos los aspectos su gran imperio, especificó lo que debía plantarse, cultivarse, cosecharse, comerse y almacenarse en las
fincas, aldeas y huertos conventuales. Los arrendatarios de las fincas
imperiales tenían la obligación de plantar hierbas aromáticas, hortalizas,
flores, árboles y arbustos. La mayoría de estas especies eran desconocidas por
los francos, por lo que aprendieron entonces sus nombres latinos; pero como su
lengua había ido enriqueciéndose dentro del marco de la migración, incorporaron
los nombres de plantas y hierbas, además de aplicarles nuevos y llamativos
nombres. Fue entonces cuando nacieron las denominaciones de ajedrea de jardín,
del eneldo y el dragón, del abrótano macho y dellevístico.
Debían plantarse, además: loto, lirios, rosas, salvia, aristoloquia
serpentaria, comino, neguilla, romero,
oruga, tomillo, lepidio, berro, hinojo, endivias, menta piperita, perejil,
mirra, sándalo, mostaza, atanasia, hierba de Sta. María, lombriguera o tanaceto,
milenrama, centaura menor, malvavisco, apio, puerros, ajos, perifollo,
cilantro, cebollas y adormidera; eso sin mencionar las diferentes verduras,
hortalizas, árboles frutales y arbustos de bayas.
Un Edén planificado era lo
establecido para un monasterio. El huerto debía ser un rectángulo cruzado por dos
senderos: en el lugar donde se cruzaban éstos debe manar una fuente, o
instalarse un pequeño estanque.
UN
PLAN MONÁSTICO DE EFECTOS MILENARIOS
Tales características eran desconocidas en el norte y este
de Europa, y lo que hoy sabemos de la alimentación
de nuestros antepasados procede de los hallazgos arqueológicos y del análisis
del polen. Se han encontrado restos de avena, cebada, centeno y trigo, pero
también de puerros, adormidera, aspérula, mostaza silvestre, armuelles,
ortigas, saúco, avellanas y, en praderas húmedas, se ha constatado la
presencia de angélica, ulmaria, betónica y lirio cárdeno.
Las bayas silvestres
se utilizarían, seguramente, para condimentar los alimentos, ya que su sabor
era más intenso que el de las hierbas aromáticas. A ello se
debe que la citada Disposición sobre fincas rústicas de
Carlomagno descubriese su punto débil. Fue copiada y recopiada de monasterio en monasterio y poco después del fallecimiento de
Carlomagno conseguiría su triunfal coronación con el plano para el monasterio
de Sto Gallen. Este era el proyecto del estado ideal perfecto que adoptaba un
monasterio imperial. Pero esta idea no pudo materializarse en el propio Sto
Gallen, tuvo que llevarse a cabo en el clima más propicio de la cercana isla de
Reichenau, donde todavía hoy es posible reconocer las huellas que dejó el abad W
ALAFRIED STRABO, quien nos legó una poesía sobre sus queridas plantas, De cultura hortotum, «Sobre el arte de las plantas». En el plano de Sto Gallen se procedió a
separar el huerto de hierbas aromáticas del de las hierbas medicinales. Ello
era necesario debido a que el cuidado de los enfermos dependía de los
monasterios, lo que repercutió también en las primeras disputas surgidas entre
los científicos (como la que tuvieron santa HILDEGARD VaN BINGEN y ALBERTO
MAGNO, quien instaló un primer invernadero para hierbas aromáticas en Colonia).
EL
SECRETO DE LAS MUJERES COSECHADORAS DE HIERBAS
Las mujeres que cosechaban las hierbas mantuvieron vivas las ancestrales ofrendas a los dioses de los
árboles y bosques, y se convirtieron en las sabias mujeres y brujas de los cuentos. Pero estas mujeres
que recogían las hierbas representaban a las más viejas y a los niños, cuya importancia
sólo es posible descubrir entre líneas en las leyendas populares. Conforme
avanzaban los tiempos, cuanto más se enriquecían los soberanos y más libros se
imprimían, tanto más disfrazaban estos hechos singulares la vida cotidiana. Se
estima que en la Edad Media, tan sólo un uno por ciento de la población
pertenecía a la nobleza y al clero. El ochenta por ciento de la población era
rural, y sus condiciones de vida muy diferentes. Existían barreras sociales que
sólo autorizaban que esta mayoría silenciosa se alimentase de verduras y de
cereales. En los días de ayuno estaba prohibido comer carne (a la que apenas
tenían acceso). Existía la orden de no encomendar trabajos pesados en el campo
a viejos y niños, pero en su lugar estaban obligados a cosechar bayas
silvestres e hierbas en los bosques. Para esta cosecha en bosques y prados, se recogía todo aquello que estaba maduro; como
bayas silvestres. Esta época comenzaba tan pronto los días eran más cálidos y
empezaban a brotar las ortigas o la acedera y la lechuga silvestre. Incluso en
las reglas de SAN BENITO es posible leer que deben servirse frutas y hortalizas
en cada comida. Con todo, es comprensible que tales recetas no existan ni en
los libros monacales ni en las obras escritas por reinas y patricias. El papel
y el pergamino eran caros y sólo se utilizaban para anotar algo nuevo o
interesante para la propia casa, los hijos, los hombres de armas, el servicio,
peregrinos o artesanos. Como el ama de casa era la responsable de la
administración doméstica, es comprensible que hasta el barroco no estuviesen
delimitadas las fronteras entre lo que eran productos alimenticios, y los
condimentos o hierbas medicinales. La medicina disponía de pocos medios para
el diagnóstico y la terapia y las condiciones higiénicas en las ciudades eran
miserables. El temor a la peste y el cólera, que en ocasiones asolaban una
tercera parte de pueblos y ciudades, se confundía con la superstición y la
hechicería.
Así fue como una generación de niños tras otra iba
aprendiendo cómo reconocer la manzanilla, guardando en secreto dónde crecía, la genciana, el serpoI y la milenrama, más
poderosa que la menta y que crecía en las aguas del arroyo. Así es cómo habían
surgido los conocimientos sobre hierbas aromáticas y medicinales entre los
pueblos cazadores de la antiguedad. Entre ellos estaba mucho más acusado algo
que en nosotros es rudimentario: el instinto de lo que era provechoso. Porque
de la misma manera que determinados olores ahuyentan a los animales que se
alimentan de plantas, también el ser humano siente náuseas frente a aquéllo que
puede serIe dañino. El olfato quizás fuese el verdadero secreto de esas mujeres
que cosechaban hierbas.
LA
SOPA EN EL FUEGO
Desde la más temprana Edad Media hasta la revolución industrial en el s. XIX, los fogones dependían
del tipo de fuego y de cuáles eran los privilegios que a tan elevado precio era
necesario comprar al señor feudal o al propio rey. Hasta la llegada del s. XX,
en las zonas rurales la cocina era una chimenea abierta; en ella se cocinaba en
los calderos de hierro o cobre que colgaban de cadenas que permitían moverlos
o alejarlos del fuego, o en las panzudas ollas colocadas sobre el trébede. La
comida iba cociéndose lentamente conforme se iban apagando las llamas y sólo
quedaba el rescoldo. Y esto era la espesa sopa de la mañana, la sopa del
mediodía, la leche para la cena. Siempre a base de cereales. Porque los molineros,
que obtenían la harina, y los panaderos, estaban obligados a pagar tan grandes
tributos, que por dicho motivo la gente trituraba el grano en el propio mortero
y lo incorporaba luego a la sopa. ¿Qué otros ingredientes intervenían?,
generalmente la verdura seca: judías, castañas, remolacha finamente cortada y
todo aquello que se había cultivado en el huerto o lo que se cosechaba en el
bosque y en los prados.
EL
HUERTO CAMPESINO: UN
MODELO IN TEMPORAL
Hierbas aromáticas y comida vegetariana fueron durante
siglos una costumbre campesina, pero también una necesidad. Las especias, que
sólo podían adquirirse por mucho dinero, caracterizaban la comida de los señores. Se utilizaban para
condimentar los ragús y fricasés, y otras interesantes mezclas de diferentes clases de carnes, hervidas y
luego asadas, de forma que perdían todo su sabor y tenían que estar muy
sazonadas. Esta situación cambió cuando comenzó el barroco. En el mes de agosto
de 1652, poco después de finalizar la guerra de los Treinta Años, en el palacio
del PRÍNCIPE DE BOURBON CONDÉ se sirvieron catorce bandejas de carne, seguidas
de otras catorce con «ensaladas»; entre ellas tres bandejas con hortalizas frescas y otras tres con hierbas aromáticas. Aquello constituyó una auténtica
sensación, lo mismo que la invención de el caldo de pollo claro y ligero o de
la sopa de carne sazonada con finas hierbas. A ello debía sumársele la mejora
de las técnicas culinarias y de los buenos modales en la mesa. La comida ya no
se colocaba toda de una sola vez sobre la mesa, sino que iba sirviéndose según un
orden concreto. La mejora de los sistemas de cultivo y la gran cantidad de
nuevas hierbas y plantas procedentes del Nuevo Mundo, proporcionaron además
una nueva e importante conquista: la del paladar. Las especias no debían adormecer
ni engañar el paladar, las hierbas aromáticas tenían la misión de acentuar los
aromas propios del pescado y de las verduras. El repollo debía saber a
repollo, y el puerro a puerro. Todas aquellas comidas que aún se consideraban
campesinas, se convirtieron de la noche a la mañana en los selectos platos de
las mesas señoriales. Las hierbas aromáticas se pusieron de «moda» y siguen disfrutando hoy en día de esta consideración. Y de la misma manera que el
perejil, el tomillo y sus « verdes hermanas» fueron imponiéndose cada vez con
más fuerza en las aristocráticas cocinas. El creciente comercio con Extremo
Oriente consiguió popularizar las especias, de forma que también éstas
pudieron llegar a las mesas de la clase media. El ajo fue tenido por villano a
causa de su olor y por alimento poco refinado en la España medieval, e incluso
durante el Siglo de Oro. En el s. XIV estaba prohibido a los caballeros y hasta
nombrarlo era rehuido, según una antigua disposición del rey Alfonso del año
1378. Según informa Melchor de Santa Cruz en la segunda parte de su Floresta española: «A la reina
Isabel (la Católica) en extremo le eran aborrecidos los ajos, no solamente en
el gusto más en el olor». El ajo fue tildado de chismoso porque su olor
delataba a quien lo había comido y era considerado como mal nacido por su
origen villano. Cervantes no dejaba escapar ninguna ocasión para atacar
duramente al ajo y a las cebollas crudas, comida rústica por excelencia de
aquella época. La verdadera reivindicación del ajo comenzó en el s. XIX, y
especialmente desde el punto de vista gastronómico, contribuyendo mucho a su difusión la gran pléyade de escritores, sobre todo provenzales, con Mistral a
la cabeza.
COMPENDIO
DE LAS HIERBAS AROMÁTICAS
La literatura culinaria comenzó con el primero de estos
glosarios. Sea donde fuere que se hayan encontrado tablillas escritas, o se
hayan descubierto antiguas bibliotecas, siempre, y sin la menor excepción, han
aparecido listas y descripciones sumamente minuciosas de las hierbas
aromáticas. ¿Qué secreto poseían tales hierbas para que desde un principio
desempeñasen un papel tan relevante? Mucho antes de descubrir y dominar el
fuego, los hombres del paleolítico ya comían la carne cruda acompañada de unas
hojas; dicha comida debía gustarles y sentarles bien. Sin embargo, todo parece
dar a entender que no utilizaban sólo una hierba en sus comidas, sino varias.
Estas hierbas proporcionaban un nuevo sabor a un ingrediente sencillo como era
la carne. La comida resultaba mucho más sabrosa, a veces incluso mejoraba su
calidad, y gracias a ellas eliminaban las eventuales molestias gástricas que
aquella comida uniforme y cruda podía ocasionarles. Pero cuando el hombre
empezó a cocinar con fuego, estas mismas hierbas proporcionaron a la comida
todo su auténtico y rico sabor. ¿Era obra de magia? ¿No era un milagro que
tantas hierbas aromáticas creciesen en los bordes de los caminos y en los
bosques? ¡Qué diferentes eran sus aromas y sabores! Paso a paso, una por una,
fueron conocidas y recogidas por las sabias mujeres de aquellos tiempos. Año
tras año se confirmaba e incrementaba la relación con las hierbas más sabrosas
y olorosas, unos conocimientos que iban pasando de madres a hijas hasta que se
inventó la escritura; hasta que magos y monjes escribieron y copiaron todo
aquello que las mujeres ya sabían desde siempre sobre el arte de cocinar. Lo
que los «escritores» ignoraban, lo adornaban con invenciones propias, y lo que
era tan estimado por todo el mundo se convirtió pronto, y en el auténtico
s,,:ntido de la palabra, en una leyenda. Por mucho que entonces se anotase y
escribiese, la realidad seguía siendo mucho más limitada que la teoría. Sólo en
nuestra época ha sido posible comprobar científicamente que un glosario de las
hierbas aromáticas para la cocina es una parte más de la flora de la tierra,
convirtiéndose en una auténtica guía a través de los verdes paraísos que
nosotros mismos podemos crear. El glosario contiene hierbas realmente curiosas
y raras de la flora autóctona, pero también aquellas procedientes del Japón, de
China, de Méjico y de la India; hierbas con las que es posible cocinar, siempre
y cuando se puedan conseguir. Quien posea un jardín o huerto puede crear sus
propios macizos y bosquetes de hierbas aromáticas siguiendo el ejemplo del
Jardín Botánico de Madrid, situado alIado del Museo del Prado. Las hierbas
aromáticas están plantadas alrededor de la pálida col lombarda y rodeadas a su
vez por espinacas y espliego, todas ellas plantas comestibles y,
sin embargo, de todos los tonos del verde, tan diferentes
entre sí con sus pequeñas florecillas que se abren al mediodía y permiten
aspirar el penetrante y agradable olor del tomillo y serpol. Quizás parece un
jardín algo pasado de moda, pero es tan hermoso como un parque hechizado. Con
el presente Compendio resulta fácil crear un huerto o jardín de hierbas
aromáticas, siempre y cuando, como sucede con los viejos parques, cada planta
disponga de la tierra y el sol que necesita. Las hierbas más pequeñas se
plantarán al sur, las de más altura al norte; de esta forma, las unas no
escamotearán el sol a las otras. Como el estragón y el levístico adquieren una
buena altura y les agrada la semisombra, donde mejor crecerán es al fondo del
todo. Quien pretenda experimentar con las hierbas, no debería perder nunca la
planta de vista y por este motivo no es recomendable sembrar estas hierbas en
grandes macetas o recipientes, la comprobación resulta muy difícil. En un lugar
cualquiera de nuestro balcón ha crecido un eneldo y cada año irá perforando la
tierra por otro lugar, instalándose entre las rosas, o junto a la mata de
arándanos que cultivamos en un cajón de madera. No hay nada que sepa mejor que
una de sus hojitas pinnatífidas recién cortada por uno mismo y colocada sobre
un tomate caliente.
Todo lo anterior es el prologo o introducción del "La gran cocina de las hierbas aromáticas y el ajo" de editorial Everest, libro que debíamos tener en nuestra biblioteca culinaria.
(ISBN 84-241-2399-9) fue editado en 1996
1 comentario:
Muy buena idea! Apicius, por favor, intercale fotos para que veamos rápidamente las hojas y texturas. Saludos,
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